Relativizando dolores

 

He sufrido tanto dolor microbiótico
que no quiero menospreciar a todas
las demás punzadas de la vida.

Saber que toda esa eternidad
que vagabundeé por los fondos abisales
en la más completa oscuridad de amor
tuvieron millones de micro culpables
de nombres y costumbres extravagantes
me ha convertido en un relativizador profesional.

Mi consecuencia es la pérdida de peso en mis poemas.

Ya no miro con los mismos ojos al romanticismo,
ni me tomo en serio si echo de menos.
El equilibrio de mi ecosistema
es el arte de mi alegría y dolor,
y ya no tanto los típicos pesares de una vida aferrada.
Gano peso en hablar con el sol,
comer exquisitamente los alimentos y ayunos,
dormir concienzudamente,
llevar sangre a mis tejidos,
abandonar la rapidez
y concentrarme en rebuscar en cada segundo del día.

Cómo ha cambiado mi letra.
Qué ligereza de talento y drama,
qué hermosas calorías de felicidad profundizando.

Hace tiempo que no paseo por mis fondos disbióticos,
pero oigo cómo el tránsito de ballenas se acrecienta.
Y hasta huelo cómo crece una pelusilla
a modo de manto cálido,
como glúteo de mujer iluminado en mañana de domingo.

Me ha parecido ver, en algunos momentos,
olas suaves peristálticas en el fondo de mi mar.

En la superficie,
donde antes no calentaba el día,
me contemplo, a mí y a mi gata,
en silencio y con los ojos cerrados
en el pequeño balcón de mi hogar,
dejando al sol que nos abrace
y esbozando, casi imperceptiblemente,
una sonrisa de felicidad y plenitud.

Fotografía Yo
27ene24