Albergar Supernovas



Fue pura malversación de sentimientos.
Yo no los guiso sino que me los como crudos.

La simplicidad de la rotundidad.

Así fue y es mi amor catódico:
manipulador, impasivo y perverso.
Así también amo.

¡Pero qué coño!
Así también me mantengo alerta, flexible
y productivo en mis boom de destrucción masiva
que llevo como latidos.
Me conmueve semejante onda expansiva;
yo en el vórtice
regenerándome constantemente
como un superhéroe
cuyo poder es albergar supernovas
entre la columna y las costillas.

Fotografía Desconido

Resucilio


Por ahí voy en órbita amplia
y apurando la curva de esta elipse chata.
Planeando por el espacio desértico solo y en silencio apenas.
Reorientando el rumbo y optimizando los recursos.

Ya volveré, no me preocupa,
ya volveré fantástico.

Esta purga invita siempre a ceder lastre,
observar detenidamente
y ver mil veces más la puerta de Tannhäuser.
Resucitar de la gravedad y su furia
me hace más fuerte y liviano.
Reconcilio mi muerte con mi vida.

Furia de Gravedad



Vencer la vida me convierte en un especialista de optimismo.

Pues ella parece recelar siempre.
Ella,
mi esposa tenebrosa,
la erosión, mi amada depresión.
Cómo compatibilizar mi vida con la vida si llevo esa marca ahí.
No es la muerte, no.
Es la no vida.
A veces resulta tan complejo bombear sangre.

Bien sé que la mantengo a raya.
Mas no siempre.
A veces se muestra más fuerte o yo más débil.
Casi siempre lo segundo.
Y entonces vuelve a apoderarse de mí,
y me llena de un inmenso vacío
que odio y que ansío más al mismo tiempo.
Soy un agujero negro. Me trago la luz.

Debí haberlo intuido hace años.
Esta es una órbita que se vive en la más absoluta soledad.
Soy yo contra esos titanes minúsculos
que están siempre al acecho arriba, dentro de mi frente.
Quién comparte eternamente mi handicap.
Mi gente me acabaría repudiando.
Pues quién comprende esta idea de materia negra.
No, no puedo compartir con ellos mi carga etérea.
No conocen el lenguaje.

Y luego está ella.
Mi extraterrestre preferida.
Mi extraterrestre pervertida
-a la que a partir de ahora denominaré de ese modo-.
Y ella comprende y respeta y guarda silencio.
Eso ya lo aprendió con los años y los embistes.
Y lo hace bien.
Y no me dice.
No me anima, eso me desanimaría.
Sólo espera.
Y yo la odio en esos momentos porque lo hace bien,
como único puede hacer.
Pero es testigo de mi deformidad.
Es testigo presencial, partícipe y espejo.
Ya sé que lleva grabada en su retina,
en su paciencia
y lo que es peor,
es sus buenos momentos
la furia de mi gravedad
y ahí sigue,
amándome.
Parece ser forjada de amor mi extraterrestre.
Pero no puedo, a veces,
dejar de pensar que conoce lo que me odio.

Fotografía Angelo Musco