Testimonio de razón


El testimonio se rompe
inexorable
a cada paso de la locuacidad
y del sinsentido de tener la razón
inexorablemente.

Mi voz se abre camino
y no la reconozco.
Cuanto más lucho, más aprieta,
y más titán me vuelvo si no me pierdo.

Soy un búfalo con la mirada fija.

Me muevo sólo para justificar mi jugada.
Y rendirme al final
sabiendo que gane o pierda
siempre pierdo
inexorablemente.

Fotografía Ben Zank

Humedad


Noto la humedad desvaneciéndose.
Lo que ayer fueron diluvios de emoción
abre paso a una suerte de desiertos verdes.

No digo arena ni muerte seca.

Pero es un hecho que los tallos,
a día de hoy,
son un poco más huesudos.
Ya no alzan soles pavorosamente brillantes;
astros palpitantes y erráticos que con tocarlos
nos infectan de la felicidad llena de errores y genialidades.
La felicidad del miedo,
del salto
y la de sentirse dolorosamente pleno.

Quisiera abstenerme, al menos tímidamente,
de ese verde petrificante
y vivir atento a descubrimientos de nuevos orbes cegadores.

De nuevo,
notar en ensambles cotidianos con amigos cotidianamente nuevos,
las pupilas dilatadas y dejando escapar luces brillantes
al darnos coba con nuevas canciones,
nuevas poesías que forjen nuestra manera de mirar,
esculturas que nos enseñen nuevas perspectivas de los olores.

Hecho de menos el feedback tajante
de descubrir un astronauta de estrellas
y venerarlo como si nos conociera mejor que nosotros mismos.

Todo eso en una humedad desfibrilante,
conectora de pavorosos brillantes.
Para nosotros que no estamos hecho
para el verde desierto de la felicidad buena,
tierna
y cotiana.

Queremos seguir albergando supernovas.
Aunque quemen nuestras cavidades.

Fotografía Nick Turpin